
Y se abre el cielo. Se calienta un poco la tierra. Avanzamos por el camino. La puerta estaba abierta.
Y se habla y se llora y me contengo y me impregno. Y sigo aprendiendo.
Encuentra las gafas, las usa y las deja sobre la mesa. Y me da la sensación por un momento de que las gafas lloran silenciosas viendo su luz y la ventana.
Y ahora sí, el sillón está vacío. Se llena la iglesia y se abre la tierra y los cipreses acarician el cielo.
Y sigo conteniendo el llanto.
…
Y recuerdo una de las primeras veces al verla entrar y sentir cómo se llenaba el espacio, cómo irradiaba a la vez que atraía como un imán.
Coherencia y valentía creo que es de lo que más se ha hablado. Mas no olvidemos los “me gustaría, envidio y admiro…”
Al decirle que su mensaje había llegado a más personas de las que creía, se me pasó lo más importante: su esencia nos ha contagiado, nos ha pasado el testigo, su carácter ha quedado impreso y mantendremos su herencia, su legado.
…
Solo he visto caer una rosa sobre la tierra y quedar luego además bajo la tierra. Se la ha regalado su hermana. Y el llanto ya me llenaba demasiado y ha salido en un callejón, sin testigos.
Ella y su hermana; una allí… y otra acá transmitiendo su visión y pidiendo que aquélla y sus ángeles pongan orden… y sonriendo lágrimas, que aún tendrá para derramar.
Las gafas se quedarán, su visión se quedará, su aroma perdurará…
Y uno se siente afortunado por el encuentro en el camino. Y triste.
Gracias Mar.
